Memorias del Puerto Rico de los 40 y las vicisitudes de la vejez en pobreza
William, como muchos puertorriqueños de su edad, no sabe de orgullos ni tiene lugar para lujos. Vive en un campo de San Sebastián, junto a su esposa, Aida, quien ha ido perdiendo su estabilidad mental desde hace tres años. Se desconoce qué mal la está atacando, pues viven el día a día sin pretender que un médico diagnostique y cambie el camino ya trazado. Aquella mujer que antes se dedicaba a mantener la casa limpia ha perdido la noción del tiempo y espacio, y hoy el olor a orina se esparce por todo el lugar.
El hombre, mejor conocido como Quiti, tiene 76 años y proviene de una familia pobre, compuesta por sus padres y 11 hermanos. Aún no entiende cómo sus progenitores pudieron cubrir las necesidades básicas de aquellos niños, pero aseguró que el plato de comida nunca faltó en su casa, aunque fuera en pequeñas porciones. Los dos dólares con ocho centavos que ganaba su padre, al día, daban abasto para, al menos, alimentarse. Además, vivir en el campo les aseguraba alguna que otra fruta, ñames y verduras.
Como tantos de su generación, Quiti recuerda con admiración la figura del primer gobernador electo en Puerto Rico, Luis Muñoz Marín. Aún rememora la felicidad de las cientos de familias que adquirieron hogares, tras la asignación de fondos hecha por el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt en su política del Nuevo Trato.
Aunque no recuerda el nombre del programa, conocido como la PRRA por su nombre anglosajón (Puerto Rico Reconstruction Administration), da por hecho que fue el político puertorriqueño quien hizo posible la construcción de aquellas viviendas. “Hay mucha gente esmayá por ahí que dice que Muñoz Marín era malo. ¿Qué podía hacer él con la gente? Fue más que un dios. Fue un padre para muchos pobres”, dijo con evidente agradecimiento.
Por otro lado, Quiti tiene claro en su memoria los famosos quinqués, tan necesarios para alumbrar en las noches, así como los viajes al pozo, en búsqueda de agua para tomar. Mientras iba a la escuela, su tarea en el hogar se limitaba a buscar madera para encender el fogón, en el que su madre cocinaba los alimentos. Sonríe al recordar cómo salaban las carnes para que se mantuvieran en buen estado, pues las neveras eran, entonces, solo un sueño para aquella familia.
Pero la etapa escolar no duró mucho tiempo. “Yo entré en la escuela, pero la escuela no entró en mí. No aprendí na´, pues me fui a casa”, dijo el hombre sonriendo. Quedarse en su hogar no era una posibilidad, así que, a partir de los 11 años, se dedicó a recoger café, talar fincas y cortar caña. Pero la falta de educación no lo inhibió de desarrollar otras mañas. Quiti dejó algo claro: no aprendió de letras, pero sí a conquistar mujeres.
“Yo iba a bañarme en el Río Grande. Yo vi a Aida comiendo guineo, y le hice un cuento chino y seguí con ella”, narró el hombre, arrancándole carcajadas a su esposa, quien parecía entender todo, aunque no pudiera hablar con coherencia. Fue así como inició el segundo matrimonio del hombre, que ha perdurado 40 años.
Aunque cuatro de sus cinco hijos –dos de ellos nacidos de Aida- residen en Estados Unidos, Quiti no planifica abandonar el hogar donde hoy vive. “Yo pienso morir aquí, como el lagartijo cuando se seca en una rama, así. Si Aida se va, que se vaya. No me gusta estar (en casas ajenas)”, dijo de manera contundente, a pesar de tener una buena relación con sus descendientes.
Aunque extrañaría a su esposa si abandonara el país para ir a vivir con sus hijos, lo cierto es que sería un descanso para el hombre, pues reconoció que es agobiante tener que vigilarla las 24 horas del día. No obstante, aunque a veces se moleste, trata de mantener la calma para no lastimar a la mujer que se ha convertido en su hermana y no tiene culpa de tener “la mente de un pollito”, expuso el hombre.
“Nosotros hacemos como dos años que estamos separados. Por ahora, pa´ mí Aida es como una hermana, porque tú sabes… Ya no congeniamos ni estamos durmiendo juntos ni na´ de eso”, contó Quiti haciendo alusión a la inexistencia de una vida sexual activa. “Digamos que si Aida se muere y yo me hallo solo, tengo que buscar a otra vieja. Tengo que buscar algo pa´ tan siquiera verla andando en la casa y que jaga un café o algo. No una cosa así en amistad y de amor, yo estoy viejo ya”, admitió el hombre que solo quiere una compañía con quien vivir sus últimos años.
Mientras tanto, cuida de su esposa. Viajan hasta el casco urbano para comprarle ropa y arreglarle el pelo. Esta movilización, sin embargo, resulta complicada, pues dependen de terceros para trasladarse de un lugar a otro. Por fortuna, siempre encuentran un vecino o conocido del barrio que les haga el favor de acercarlos al área comercial.
La limpieza del hogar también está en manos de terceros. “Yo le estoy pagando a una señora gorda. Es muy pesá pa´ trabajar. Es lenta, pero a veces, como que le da cuerda y avanza”, explicó Quiti, tras reconocer que no ha sido fácil conseguir a una persona que mantenga la casa limpia y, al mismo tiempo, sepa cómo inyectar al matrimonio para mantenerles la diabetes estable. Entre el pago de facturas por servicios esenciales y los deducibles de medicamentos, sobra muy poco de su único ingreso, el Seguro Social.
Quiti es solo uno de los miles de abuelitos que buscan cómo sobrevivir en la isla y cuidar lo poco que tienen. Vivió en pobreza, trabajó en las industrias del café y la azúcar, y admiró a Muñoz Marín. Como muchos de su generación, se benefició de la PRRA y hoy vive del Seguro Social y los recuerdos, mientras espera, tranquilo, su muerte.
Deja una respuesta