Construyó una empresa millonaria, pero asegura que su felicidad está en la familia y ayudar a quien pueda
Efectos personales, meriendas y una colección de figuras de carros forman parte de la oficina, un tanto desordenada, de Héctor Rivera. Destaca una lupa sobre el escritorio del exitoso comerciante y experto en seguros, que ya alcanzó los 77 años. Su vestimenta, sencilla y casual, no refleja los millones de dólares que posee en propiedades inmuebles y otros bienes, aunque las prendas que adornan sus manos son muestra de su opulencia.
Si viajamos en el tiempo, y nos transportamos a cuando apenas era adolescente, vemos un jovencito visitando el Banco Crédito de Mayagüez, hoy inexistente, para depositar el dinero que su padre ganaba haciendo dobladillos y vendiendo ropa en la plaza del mercado. Héctor quedaba encantado cuando veía a los cajeros del banco vestidos con gabán y corbata, y soñaba con ocupar ese lugar cuando fuera adulto. No imaginaba, entonces, el éxito que gozaría en la industria de seguros.
Héctor cuenta con un grado asociado en contabilidad, pues aunque tenía interés de cursar estudios universitarios, su padre no lo consideró pertinente. En ese entonces, el consumo de alcohol era un hábito del joven, y su padre temió que le hiciera perder tiempo y dinero en pagos relacionados con un título subgraduado. Mas no fue necesario el diploma de bachiller. Con 18 meses de educación superior, logró construir su propia agencia de seguros, con $39 millones en activos.
Pero el éxito no llegó por sí mismo. Fueron necesarios años de esfuerzos, visión y dedicación para alcanzarlo. Héctor comenzó trabajando en la Fundación Simón Carlo como secretario contable. Luego, fue admitido en Mayagüez Insurance para trabajar las cuentas por cobrar. Hasta entonces, ganaba cuarenta dólares a la semana, un dólar por cada hora trabajada. No era un sueldo que le proveyera estabilidad económica para él, su esposa y dos hijas, por lo que tenía que vivir bajo el mismo techo con sus padres.
Tras cinco años en la empresa, y luego de ser nombrado gerente, renunció y dedicó sus esfuerzos a administrar una tienda de piezas de autos que logró adquirir y a abrir caminos para desarrollar su propia agencia general de seguros: Western Insurance Corporation.
“Compré una casa en Villa Sol (para situar la agencia). En aquella época, me costó 13 mil dólares, y la cogí para 30 años. Lo que pagaba era cincuenta y pico de pesos mensuales de hipoteca. Le fui haciendo mejoras y mejoras, y la vendí en el 81”, recordó Héctor, quien se desarrolló como empresario en una economía muy distinta a la actual.
Vendió su compañía, pero aún tenía la ambición de continuar trabajando en la industria de seguros, por lo que estableció, en el 1986, a Héctor A. Rivera Insurance Corporation. Tras 16 años como dueño, decidió venderle su cartera a Universal Insurance, donde permaneció como gerente general y, luego, hasta el día de hoy, como asesor de los presidentes corporativos. Esta gran responsabilidad, explica, no le deja tiempo disponible para organizar su oficina.
Ha dedicado medio siglo de vida a la industria de seguros, en la que planifica permanecer por mucho más tiempo. “Esto yo lo llevo en la sangre. Yo no me puedo quedar en casa porque ¿qué voy a hacer en casa? Aquí siempre hay cosas diferentes. A veces me abrumo y me canso, pero son diferentes problemas todos los días”, expresó el septuagenario, quien disfruta del dinamismo que requieren sus responsabilidades.
Su tesón le ha ganado frutos. “Tengo la satisfacción de que reconocen a uno. En Mayagüez, hablan de seguros y hablan de Héctor Rivera. Y por ahí hay gente que yo no los conozco, pero ellos me conocen y me saludan”, narró quien aprovecha su posición para servir a quien lo necesite. “En cuestiones de seguro, uno vende un papel, pero ese papel vale cuando ocurre una reclamación y uno le da servicio. Yo, en eso, me esmero”, aceptó con modestia quien disfruta jugar golf, deporte que define como “un juego de relaciones”.
El afecto de sus compueblanos no es el único beneficio que han rendido sus esfuerzos. Se suma a esto sus más de 20 viajes a Disney World, cerca de 25 vacaciones en crucero y sus visitas a países como Venezuela, España, Rusia, Inglaterra y Suiza. “Yo me daba dos o tres viajes al año. Ahora, la situación económica no está boyante porque yo he perdido, en los bonos del gobierno de Puerto Rico, el esfuerzo de mi vida “, compartió el expresidente del Club de Oficinista y del Club de Leones de Vista Verde, quien aseguró que “queda (dinero), no hay duda, pero la situación está un poquito difícil”. La vejez, aseguró, es otro factor que le dificulta hacer viajes tan frecuentemente.
En medio de la conversación, entró a la oficina su nieto, quien prevé ocupar el lugar de Héctor cuando se retire. Le recordó a su abuelo los pagos que tiene pendientes por los carros Mercedes de su esposa y dos hijas, a quienes también les regaló unos apartamentos en el edificio donde se ubica su pent-house. Esto evidencia las expresiones de Héctor cuando menciona que “siempre ha vivido alrededor de la familia”.
Mas su riqueza no está ligada al orgullo. “Nunca he sido, perdonando la palabra, un comemierda. Yo siempre me he mantenido en lo que soy y el que viene a donde mí, si yo puedo ayudarlo, yo lo ayudo. Yo nunca digo que no, y de esa manera yo disfruto”, explicó quien goza de complacerse en la vida y asegurar la comodidad de sus hijas y nietos.
Mucho ha transcurrido desde que ganaba un dólar por cada hora trabajada, pero tres cosas no han cambiado: el trabajo arduo, su pasión por los seguros y su amor por la familia. Eso, sin duda, permanecerá hasta el último día.
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