Cualquier adulto con mínima sensibilidad podría desmoronarse al escuchar la historia de Adrian, un adolescente de doce años. Sin embargo, él cuenta sus vivencias sin alterar su tono de voz. Ni siquiera sus expresiones faciales muestran preocupación, frustración o desconsuelo. Solo se sonroja y cambia la mirada en una ocasión, cuando comparte los sentimientos que tiene hacia su madre biológica: tristeza y coraje.

Nada, ni siquiera el maltrato físico y emocional que vivió junto a ella, le enfurece y decepciona más que verla en las redes sociales semidesnuda, en poses provocativas y contestando de manera sugestiva los comentarios que decenas de hombres publican en sus fotos. Sus profundos ojos verdes prefieren mirar el piso al hablar de la vergüenza que siente cuando sus compañeros de clase tildan a su madre de “asquerosa”, y él no tiene más remedio que validarles sus comentarios.

“Yo no la amo, yo la quiero”, aclaró el niño, quien aceptó que en algún momento llegó a odiarla. Recordó claramente cuando, a los siete años, quería visitar a su abuela materna, quien vive justo al lado de su madre. “Yo le decía: ´Mami, por favor, que yo la escucho´, y ella me dijo ´Lárgate´, y me metió con una llave en la cabeza. Me fui llorando a donde mi abuela. Mi abuela llamó a Servicios Sociales, pero como ella me mentía que me iban a mandar pa´ un sitio lejos, que me maltrataban y eso, pues yo cogí miedo y dije embuste”, narró el niño, hijo de padres separados.

Estas situaciones provocaron que Adrian pasara a vivir con su padre y su abuela paterna, pero incluso los pocos fines de semana que pasaba con su progenitora eran incómodos. “Cuando yo iba pa´ casa de ella, casi siempre había un novio distinto. Siempre que yo iba, dormían con ella y eso”, explicó, como queriendo evadir los detalles que allí presenció.

El lazo sentimental que Adrian tiene con su padre siempre ha sido fuerte, pero ello no implica que haya sido todo fácil. Cuando tenía ocho años, sufrió el que su papá fuera encarcelado por venta de drogas, y acepta que ese proceso lo tornó rebelde y cambió su comportamiento. No obstante, aseguró que todo está perdonado y superado. “(Mi papá) representa mucho porque siempre me ha tratado bien, no he tenido problemas con él nunca, siempre me compra lo que puede, si me lo merezco y cuando pueda, es bien bueno conmigo y siempre me da consejos”, agradeció con madurez.

Mientras su papá cumplió una condena de dos años, Adrian vivió con su mamá. Durante ese período, viajaron a Estados Unidos en busca de un mejor porvenir, pero el maltrato no cesó. “Un día yo estaba hablando con mi papá (por teléfono), y empecé a llorar. Ella se enfogonó y empezó a hablar malo y (dijo) que si yo lloraba una vez más,
que no iba a volver a hablar con él”, contó, tras enfatizar lo mucho que extrañaba a su padre en ese momento.

La educación tampoco era prioridad para la mujer que le dio la vida. “Si yo me levantaba, iba a la escuela, y si no me levantaba, pues no iba a la escuela. Me colgué dos años porque si yo necesitaba ayuda porque no entendía algo, ella decía que no me iba ayudar”, lamentó el niño, quien anhela poder compartir el salón de clases con compañeros de su edad.

Papá cumplió su sentencia, y, desde entonces, tiene la custodia total del adolescente. Adrian aseguró que su progenitor “está mejor que nunca porque se recogió, ahora tiene una familia, tiene dos trabajos, tiene casi todos los alrededores de la casa sembra´os y así…”. El niño atesora, además, los consejos de su padre: “Que estudie para que sea alguien importante en la vida, que respete a los adultos para que siempre cuando llegue a un sitio se contenten y no se enojen”, explicó.

Ama a su papá, pero su abuela paterna es su más grande amor y a quien considera como su madre. Es ella quien cumple ese rol en la vida del niño, y no es algo a lo que él le reste importancia. De hecho, agradece que haya podido pertenecer, por primera vez, al grupo de niños talentosos, gracias al tiempo que ella le dedica a sus estudios. Su apego lo lleva a preocuparse de que llegue el día en que no esté. “Si mi abuela se muere, va a ser todo más difícil”, expresó con la ternura de la niñez que aún lo acompaña.

Imagen de: Mind the Gap

«Yo me llevo un poquito más con mi abuela que con mi papá, porque mi papá nunca está en la casa, siempre está trabajando o algo”, explicó Adrian, quien dejó claro que “hay que entender” que las responsabilidades laborales de su padre no le permiten dedicarle tanta atención.

No hay tiempo para estancarse en lo pasado. Adrian centra sus atenciones y acciones en convertir en realidad su más grande anhelo. “Yo quiero lograr ser un jugador de la NBA, pero sería muy difícil porque soy pequeñito, no voy a medir mucho”, expresó. Imagina cómo sería su vida si lograra convertirse en una estrella del baloncesto.

Compartiría su experiencia con niños y jóvenes para demostrarles que todo se puede superar si se lucha por lo que uno quiere y se mantiene una actitud positiva. Mientras tanto, prevé que solo tendrá un hijo cuando llegue a la adultez porque muchos retoños podrían dar “dolores de cabeza”. ¡Qué ironía! Luego de escuchar su historia, cualquiera podría pensar que son los padres los que duelen.

Esta entrevista fue realizada hace cinco años. Ya Adrian tiene 17 años, y hace unos días retomamos esta conversación para ver cómo había cambiado su vida en estos años. La segunda parte será publicada este viernes.