Violencia, drogas, cárcel y el por qué de todas ellas

A los doce años, le rompió un bate encima a su padre, causándole cinco fracturas en la espalda. A los 14, fumó marihuana junto a sus amigos “del bajo mundo” de Nueva York. A los 18, inhaló cocaína. A esa misma edad, comenzó a asaltar, robar y vender drogas. A los 21, atacó a un joven con 20 puñaladas, dejándolo moribundo. A lo largo de su juventud, estuvo confinado cuatro veces en Estados Unidos y Puerto Rico.

Los hechos podrían dar lugar a juicios categóricos sobre la “ruindad” de Pablo. Los porqués añaden tonos grises que tiñen las injusticias del mundo e invitan a recontar la historia desde otra perspectiva. Intentemos.

A los doce años, le rompió un bate encima a su padre, causándole cinco fracturas en la espalda. Fue la reacción de un adolescente cansado de ver el maltrato emocional y físico que sufría su madre por parte de su progenitor. “Mi papá le pegaba mucho a mi mamá, le daba constantemente, era bien abusivo con ella. Yo vi eso, cuando era chiquito, y crecí con rencor hacia mi papá”, contó Pablo, quien decidió defender a la mujer que le dio la vida. Al día de hoy, insiste: “Madre es una, y padre es cualquiera”.

A los 14, fumó marihuana junto a sus amigos “del bajo mundo” de Nueva York. A los 18, inhaló cocaína. Para Pablo, el consumo de drogas era algo normal, pues creció en un ambiente en el que era una práctica cotidiana. Asimismo, aseguró que el abuso de sustancias controladas lo hacía liberar el estrés y olvidar los problemas del hogar.

Desde los 18, asaltó, robó y vendió drogas, más que para lucrarse, para poder cubrir las necesidades básicas de sus dos hermanas y su madre, quien, cansada de los abusos de su esposo, decidió emprender una vida como jefa de familia. “Llegamos hasta a dormir en el piso, en un matre pela´o, y también pasaban semanas que nosotros no llegábamos a saber lo que era un plato de arroz con habichuelas; era más que pan, con jamón y queso, de desayuno, almuerzo y cena”, contó Pablo, quien se considera como “el nene de mami”, pues su progenitora siempre lo ha visto como un muchacho bueno y positivo.

A los 21, atacó a un joven con 20 puñaladas. Hagamos una pausa parecida a la que hizo el joven cuando habló del tema, mientras respiraba hondo, bajaba la mirada e intentaba contener las lágrimas. “Mi mamá, cuando yo tenía 20 años, la violaron. Cuando me violaron a mi mamá, ahí como que se prendió una luz bien negativa en mi vida y me puse más violento”, reconoció el joven con seriedad y lamento.

Pablo estaba convencido de que debía vengar ese acto tan vil, y planificó cómo hacerlo. Primero, debía investigar quién había sido el culpable, y no fue difícil. Escuchó a sus amistades cuando hablaban de una puertorriqueña que fue violada en la estación del tren. Tras fingir desconocer la situación, logró adquirir información que lo llevó a su blanco. “Me hice amigo de él. Me fui a janguear con él, e hice lo que hice: le metí las 20 puñalás dentro de un carro”, dijo sin tapujos, como si el coraje que sintió en aquel momento se apoderara de él por apenas unos segundos.

Al ver al hombre ensangrentado y moribundo, sintió miedo, pero no arrepentimiento. “Yo pensé: ´Me tengo que ir, porque me van a meter preso´. Eso fue lo primero que pasó por la mente mía. Yo lo miré, y le dije que le pasó eso para que no le hiciera daño a una mujer buena. Lo dejé tira´o, y me fui”, narró quien cumplió dos condenas por el delito: una de cuatro años en una institución penal para menores y otra que no ha terminado, pues su inconsciente, en sueños, le hace revivir a menudo la violenta escena.

A lo largo de su juventud, estuvo confinado cuatro veces en Estados Unidos y Puerto Rico. “Cuando llegué (a la cárcel, por primera vez), yo me creía que era el cheche de la película”, expresó el hombre de 34 años. Las cicatrices en el pómulo, la ceja y la cabeza son el rastro de las peleas que tuvo para “darse a respetar” en la penitenciaría. Pero a pesar de su jaquetonería, en su interior solo quería recuperar cada día con su familia.

Para escapar de la rutina de la cárcel, visitaba la iglesia uno que otro domingo. “Dios te dice que si no vienes a los caminos de él con cuerdas de amor, te va a traer con cuerdas de dolor”, le aseguraron uno de esos días. Aunque sintió que Dios se dirigió a él, no fue fácil transformar sus actos en los de un cristiano ejemplar. Estar vivo, a su entender, era “estar en la calle, estar en el vacilón, andando con diferentes mujeres, beber y estar en discotecas”. No estaba preparado para una conversión, así que, aunque no vendió drogas, sí consumió mucho alcohol una vez cumplió su última condena en la isla.

Seis meses después de salir en libertad, tuvo un accidente automovilístico a causa de su estado de embriaguez. Al día siguiente, decidió visitar la iglesia golpeado y dolorido. Llegó “con cuerdas de dolor”, aseguró quien lleva seis años involucrado en el pentecostalismo. “Yo sé que Dios me perdonó a mí. Ya yo no soy la misma criatura de antes. Mi corazón es limpio de todo pecado, ya mi mente está clara, mis pensamientos no son como antes, ya yo pienso positivo”, exclamó, convencido, el expresidente de la Sociedad Misionera y líder de iniciativas en pro de los ambulantes y pobres.

No ha sido fácil romper con el estigma de haber sido convicto, violento, usuario y vendedor de drogas. De hecho, Pablo asegura que no da detalles de su pasado a sus correligionarios, pues podrían tener una reacción negativa. “Uno tiene que ser sabio. Doy mi testimonio, pero no mi testimonio fuerte, como aquí, porque hay personas que quizá no lo vayan a tolerar. No todo el mundo tiene la capacidad para entender”, lamentó el joven, para luego concluir: “Ya yo pagué con mi precio, y yo estoy libre, estoy limpio”.

 *SE UTILIZARON NOMBRES FICTICIOS PARA LA REDACCIÓN DE ESTA SEMBLANZA.*