La muerte de una madre debe provocar un dolor que yo, simplemente, no puedo imaginar. Y esa pérdida y dolor, junto al proceso de sanación, te cambian la vida para siempre. Ese es el caso de Beatriz, quien perdió a su mamá a consecuencia del cáncer.
Si quieres convertir tu gran sueño en una realidad, tienes que hacer sacrificios y tomar decisiones difíciles. No hay atajos ni rutas alternas cuando quieres hacer las cosas bien.
Ese fue el caso de Rebecca. Renunciar a su trabajo de 14 años para darle vida a su primer libro no solo fue un gran reto, sino el más grande de los cambios que ha debido enfrentar. Sobre todo, porque siendo una buena madre, le preocupaba el poner en riesgo la seguridad y estabilidad de su hija.
Una madre soltera que siempre hizo lo posible porque su hijo no le guardara rencor a su padre ausente… de eso trata esta historia.
A pesar de que el padre nunca mostró interés por conocer y aportar a la vida de su hijo, Cita siempre se esforzó porque su unigénito creciera con agradecimiento y cariño hacia su progenitor. Incluso, enviaba ella misma regalos de Reyes a su hijo, haciéndole creer que era un gesto de amor de parte del hombre, quien era médico.
»Hay días que me siento mal. Hay días que no hay razón para sentirme mal, y me levanto y me siento deprimido, y pienso mucho en las cosas», reconoce Willie en un acto de valentía al validar sus emociones.
Y es que no siempre es fácil sincerarse sobre los miedos que hemos ocultado toda una vida. Nos hemos acostumbrado a jugar el papel de fuertes e inquebrantables, mientras hay emociones que intentamos guardar en lo más profundo del cajón de los sentimientos. Se necesita de mucha madurez y valentía para, poco a poco, ir limpiando esa caja; para reconocer y aceptar lo que hay en ella.
Construyó una empresa millonaria, pero asegura que su felicidad está en la familia y ayudar a quien pueda
Efectos personales, meriendas y una colección de figuras de carros forman parte de la oficina, un tanto desordenada, de Héctor Rivera. Destaca una lupa sobre el escritorio del exitoso comerciante y experto en seguros, que ya alcanzó los 77 años. Su vestimenta, sencilla y casual, no refleja los millones de dólares que posee en propiedades inmuebles y otros bienes, aunque las prendas que adornan sus manos son muestra de su opulencia.
Si viajamos en el tiempo, y nos transportamos a cuando apenas era adolescente, vemos un jovencito visitando el Banco Crédito de Mayagüez, hoy inexistente, para depositar el dinero que su padre ganaba haciendo dobladillos y vendiendo ropa en la plaza del mercado. Héctor quedaba encantado cuando veía a los cajeros del banco vestidos con gabán y corbata, y soñaba con ocupar ese lugar cuando fuera adulto. No imaginaba, entonces, el éxito que gozaría en la industria de seguros.
Su disciplina y enfoque en el futuro fueron claves para superar lo vivido
-¿Y ahora, qué tú vas a hacer? ¡Estás solo! -Contra, no te guilles. No hagas este abuso.
Dos disparos le siguieron a esa breve conversación que Armando tiene grabada en su memoria. Mataron a su vecino mientras él veía la escena, incrédulo, desde las escaleras de su casa en una urbanización de Mayagüez. Para ese entonces, tenía 18 años, y aunque la violencia era parte de su entorno cotidiano, ver cómo asesinaban a una persona querida le marcó la vida.
No fue la única muerte violenta que presenció. Un gran amigo de su infancia mató a otro residente del sector con seis balazos. “Pero antes de hacer eso, nos advierte: ´Quiero que se muevan de aquí porque voy a hacer esto, y no quiero que se me safe un tiro (y le dé) a uno de ustedes´”, recordó el joven, que hoy tiene 25 años.
El St. Vincent’s Home for Children fue el orfanato en donde Charlotte pasó su niñez. Imagen de: cardcow.com
“Mi papá me echó en una caja de zapatos para llevarme al hospital a que me cortaran el ombligo. Tuvo que cruzar un río, y me caí dentro del río, pero no me pasó nada”, dijo entre risas. Y así comenzó la vida de Charlotte: el día de brujas de 1960, cayó al río con solo minutos de nacida, como un presagio de que debía prepararse para los tropiezos del futuro. Por suerte, resultó ilesa, como en todos los demás traspiés que ha sufrido a lo largo de su vida.
Transcurrieron cuatro años desde esa peligrosa caída hasta la muerte de su hermano, quien ingirió una planta venenosa cuando tenía tres. Su madre no pudo superar la tragedia, por lo que tuvo que ser internada para recibir tratamiento psiquiátrico. Tiempo después, Charlotte recibía el beso consolador de una monja en la entrada del Saint Vincent Home for Children, en Freeport, Illinois.
Comentarios recientes