La experiencia de un hombre presenciando a ambos entes

Intentó explicar el amor que aún siente por su abuela, pero se ahogó en llanto. Se vio obligado a guardar silencio hasta que el nudo de la garganta cedió y recuperó la voz. No es para menos. Fue ella quien lo crió, lo mimó y abogó por él en las tantas ocasiones en que se trepó a un árbol de corazón para no ir a la escuela, a pesar de los reclamos del abuelo.

“Ella era el ser más dulce que yo he conocido en mi vida. Era tan dulce que estuve 25 años sin poder tener un retrato de ella en la casa porque qué no le pedía yo que ella no me diera. Era muy alcahueta conmigo, demasiado”, compartió Luis, al tiempo que secaba las lágrimas de sus ojos y recordaba la muerte de la mujer, ocurrida hace más de 45 años.

Pero Rosa, como se llamaba la consentidora, pasaba de inspirar ternura a provocar terror en un abrir y cerrar de ojos. Luis era apenas un niño para ese entonces, pero asegura recordar con claridad cómo cambiaba la voz y el comportamiento de su abuela cuando un “demonio” la utilizaba para manifestarse en el mundo terrenal.

El sexagenario, conocido como Kike, recuerda que su abuela terminaba exhausta y fatigada cuando el mencionado espíritu maligno abandonaba su cuerpo. La única explicación que Rosa encontró para darle sentido a esa horrible posesión era que había nacido para trabajar el espiritismo, pero al no hacerlo, era castigada por las almas que ya no disfrutaban de la vida material. Mas esta negación no era del todo contundente, pues Kike recuerda que ella visitaba centros espiritistas periódicamente y entregaba la casa a “las ánimas”.

El hombre rememoró con emoción los detalles y cuidados de Rosa. Narró que, a pesar de ser pobres, ella aseguraba que a él nunca le faltara su peseta para ir a la escuela, un par de zapatos y mucho menos la comida, lo que lo convertía en un niño privilegiado. Pero Kike también recuerda las experiencias no tan gratas.

“Una vez yo me evacué cerca del fogón, y al otro día ella me preguntó (si había sido yo) y yo se lo negué. Ella me dijo: ´Le voy a echar ceniza caliente y voy a hacer otras cosas, que le van a salir llagas al que hizo eso´. Al otro día, yo amanecí con las nalgas aflorecías de llagas. Ahí ella se dio de cuenta que había si´o yo”, contó Kike, quien añadió que luego de enseñarle la lección, Rosa hizo los arreglos necesarios para que al día siguiente no hubiera rastros de las úlceras en su piel.

Mas ni siquiera ese evento, las risas perversas dentro de la casa o los trances de su abuela en los que parecía estar muerta, le aterrorizaban tanto como el ver a lo que identifica como al diablo. Era apenas un niño de cuatro o cinco años, y lloraba porque quería tomar leche. Al salir de su cuarto para dirigirse a la cocina, presenció al ente. “Vi una vaca amarilla acostá en la sala. ¿Cómo una vaca amarilla va a estar en el centro de la sala, y más cuando ya había caído la noche? ¡Ese era el diablo! Si a mí me tuvieran que hacer una hipnosis pa´ yo volver atrás, no lo permitiría”, exclamó Kike mientras sacudía su cara y brazos, como para disipar los escalofríos que provoca el recuerdo.

Contrario a lo que muchos puedan pensar, Kike afirmó contundentemente que estas experiencias son verídicas. “Uno se puede imaginar algo una vez, pero aquello que yo viví podía pasar dos o tres veces a la semana. El demonio estaba ahí porque se manifestaba”, aseguró el pepiniano, quien le desea a quienes dudan de sus anécdotas que nunca tengan que vivir algo parecido a lo que vieron sus ojos.

Durante su niñez y juventud, no tuvo mayores cuestionamientos de lo que allí ocurría. Las experiencias paranormales eran parte de su cotidianidad. Asimismo, en aquel momento era ordinario que la gente visitara centros espiritistas y creyera en situaciones como las vividas por Kike.

Incluso, existía la teoría de que las brujas montaban los caballos durante la noche y dejaban grandes manchas de excremento blando y amarillo junto a los equinos, que amanecían con trenzas. Pero, hoy día, el hombre reflexiona sobre lo sucedido y concluye que su abuela permitía esas manifestaciones por la falta de conocimientos bíblicos y su analfabetismo.

Kike, por su parte, no meditó sobre lo vivido hasta que conoció a fondo las creencias cristianas, siendo ya adulto. Fue entonces cuando, en una iglesia Bautista, pudo ver una figura opuesta a las presenciadas en su niñez: conoció personalmente a Cristo. No pudo relatar lo ocurrido sin antes hacer una pausa para apaciguar las lágrimas que se avecinaban en sus ojos. Luego, explicó en detalles: “Fue un martes en la noche y yo estaba orando de rodillas. Para mí que fue como un trance porque yo tenía los ojos cerrados. Con palabras yo no lo puedo definir, porque aún con los ojos cerra´os yo lo siento y lo veo al la´o mío con su túnica larga y todo”, explicó con profunda emoción.

Lamentó que el pastor de la iglesia no haya creído su relato. Esta desconfianza lo privó de dar un testimonio frente a sus correligionarios, pero, en su lugar, compuso su primer bolero: Bolero al rey de reyes. Al sol de hoy, transcurridos casi 18 años, le pide a Dios que le permita experimentar nuevamente aquel encuentro. “Fue algo tan maravilloso que yo quisiera volverlo a vivir todos los días”, reconoció.

Kike agradece que haya podido ver “lo bueno y lo malo” porque esto lo motiva a actuar y pensar de la manera que considera correcta. Reflexiona: “En esta vida que vivimos, o se está con Dios o se está con el diablo. No hay más na´”. Él los conoció a ambos. Sueña con volver a ver la túnica blanca, pero a la vaca amarilla, ¡jamás!

Semblanza redactada en 2016