Una historia de amor que supera el tiempo y las distancias
“Apreciada Belén: Pronto estaré cerca de mi familia y, por supuesto, de ti también. No te había escrito antes porque no sé si tus papás te permiten correspondencia de amigos…”. La mujer citó las palabras de la carta con la misma emoción que sintió al recibirla hace más de 60 años. La leyó suficientes veces, como para grabar en su memoria ese primer acercamiento de su único amor. Con su hablar pausado, rememoró la historia que vivió junto a John, el hombre que capturó sus atenciones desde el primer intercambio de miradas, ocurrido tres años antes del envío de las primeras letras.
Belén recuerda con detalles aquel primer encuentro que convirtió a dos desconocidos en una sola alma. Era una tarde de verano cuando salió con dos amigas a llevarle merienda a su padre, y encontró a tres muchachos que venían en dirección opuesta. “De los tres, me llamó la atención ese. Fue algo que nos sucedió a las dos, porque él me dice que, de las tres muchachas, él se fijó en mí”, dijo sonrojada, como si viajara en el tiempo y recuperara sus 16 años.
Tres años después, John partió para cumplir su rol de militar. No hubo despedida porque, para entonces, solo eran conocidos. Pero, cuando estaba por regresar, envió las letras que abren este escrito. “No se ha olvidado de mí, ni yo de él”, pensó Belén al leer aquel mensaje que no dejaba lugar a dudas sobre la atracción que John sentía hacia ella.
La jovencita, por su parte, no perdió la oportunidad de expresar sus sentimientos. “Le envié una tarjeta de Navidad. Yo buscaba una postal en que yo pudiera expresar algo sin parecer atrevida”, narró entre carcajadas la mujer de 82 años. Con ese intercambio de cartas, inició un amor de novela.
John regresó del ejército y visitó la casa de Belén. Ese mismo día, sin siquiera ser novios, quería pedir su mano. Pero la joven, siempre recatada, no permitió que diera ese paso abrupto en su primera visita. “Con todo lo que yo lo amaba, no podía cometer una locura de que hablara con mi papá así”, expresó Belén con dulzura.
La inquietud de John tenía una razón: al día siguiente partiría nuevamente. Esta vez, por tres años. Desde el otro lado del Atlántico, envió cartas cada semana, en un intento por convencer a Belén de que hablara con su padre, hasta que llegó la octava correspondencia con un tono diferente: “Estoy esperando respuesta, y no llega. Por favor, contesta, porque puedo perder el interés”, escribió John desesperado. Belén, entre carcajadas, aceptó que fue entonces cuando se apresuró en contestarle, pues antes estaba “tirada para atrás”. Tiempo después, finalmente, iniciaron un noviazgo.
Tras unas semanas, Belén tuvo que partir a Chicago para cuidar a su hermana, que estaba a punto de dar a luz al primer nieto de la familia. Antes de partir, su padre le aconsejó: “Es mejor uno conocido, que cien por conocer”. Aquellas palabras quedaron grabadas en la mente de la joven. Su padre era un hombre recto, y el que expresara aquel pensamiento representaba mucho para ella.
Mientras cuidaba a su hermana, John le dio una visita sorpresa en la que pudieron conocerse y compartir, como novios, por primera vez. “Nos dimos cuenta que éramos uno para el otro, planificamos boda, fecha, escogimos padrinos y él se fue (nuevamente) al ejército”, narró Belén, refiriéndose a aquella semana mágica del verano de 1956.
Semanas después, el cartero sonó su pito. Aunque el hombre acostumbraba dejar la correspondencia en el primer piso, en esta ocasión llegó al segundo nivel, donde residía Belén. Todos los residentes salieron para ver a quién le pertenecía ese paquete tan particular. Se trataba del juego de anillos que John había enviado. “¿Tú sabes quién me puso a mí el anillo de compromiso? ¡El cartero!”, dijo Belén, entre risas, recordando aquel ambiente de alegría. No había forma de comunicarse, así que los prometidos escribían una carta en la mañana y otra en la noche para sentirse cerca.
Llegó el invierno y, con él, el momento tan esperado: el matrimonio. John cumplió un año más en las fuerzas armadas, y renunció a su pasión por la milicia. “Me voy a certificar (como técnico de farmacia). He comprendido una cosa: que el ejército no es para casados. Yo quiero una familia”, pronunció John, mientras bajaban lágrimas por sus mejillas, pues amaba su servicio en el cuerpo castrense. Tras esta decisión, por primera vez, los esposos estarían juntos.
El matrimonio se trasladó a San Juan, con la hermana de Belén, y ambos consiguieron trabajo. Para completar el círculo de la felicidad, llegó el primer embarazo, y 16 días después de dar a luz, la pareja se mudó a su propia casa, donde procrearon a su segundo hijo. John se convirtió en el sustento del hogar, mientras Belén se dedicó a cuidar a sus retoños. Adquirieron su propia farmacia y vivieron un feliz matrimonio por 38 años, en los que Belén se encargaba, cada día, de peinarlo mientras hablaban de sus vidas.
Hace 21 primaveras, la muerte los separó, pero Belén continúa amando a su esposo como el primer día. “Yo vivo como si John fuera a llegar en cualquier momento. O sea, que no lo creo muerto. Él vive, porque él está con el Señor. Te puedo decir que yo todavía lo amo, pero no es un amor que me haga sufrir. Es un amor que, cuando lo recuerdo, yo lo disfruto”, dijo la mujer con evidente emoción.
Seis décadas no han sido suficientes para apagar la luz de aquel amor verdadero, formado con respeto, comprensión, cortesía y detalles. Son esos los ingredientes identificados por Belén para un matrimonio feliz. En su caso, fue la receta infalible.
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