Una niña de siete años explica su manera de ver la vida 

Ella no puede dejar de pensar en su compromiso. Hizo una promesa de matrimonio que debe cumplir en los próximos veinte años. Ni siquiera sabe la edad de su prometido, pero reconoce que la unión es imposible porque varios pies de altura marcan una diferencia irreconciliable.

Esta ansiedad ocupa las emociones de Karla constantemente, quien revela su angustia a modo de secreto. “Es que un día mi hermana estaba con su amigo y un día él me preguntó: ´¿Te quieres casar conmigo en unos veinte años?´ ¡Y yo no tenía opción! Pensé y pensé, y yo dije que sí, pero como él es más alto que yo, estoy intentando de olvidarme con él”, confesó la niña, aunque acepta que esta es la única inquietud que enfrenta actualmente. Con siete años, una preocupación más sería demasiado.

A pesar de la “estresante” situación, Karla imagina un futuro feliz y muy parecido al de su madre. Quiere trabajar en la Autoridad de Energía Eléctrica dando servicio al cliente, pues lo ve como un lugar lleno de oportunidades. “En ese sitio, si tienes un papel y necesitas sacar la copia, hay una fotocopiadora y tú le sacas copia”, afirmó anonadada de las posibilidades que tiene en las oficinas de la reconocida corporación pública.

Mientras llega ese momento, Karla disfruta del amor de sus padres, Carlos y Diana. “Ellos me dicen a veces ´te amo´ o a veces me regalan cositas, como chocolatitos o cositas así”, agradeció la niña, quien también hace mención de la ayuda de sus progenitores cuando hace asignaciones y necesita sacar buenas notas. La recompensa de esta entrega es que la pequeña dice, sin titubear, que son sus seres más amados, para añadir segundos después a Kossin, su hermoso perro Shih Tzu.

“Siempre los amo, y cuando necesitan llamarme la atención, ellos lo hacen porque me quieren. Y a veces tienen que gritar, a mi hermano y a mí. Cuando no queremos hacer las cosas, ¡jum, chacho!, mi mamá empieza a pelear”, contó, añadiendo intensidad a sus declaraciones por medio de sus pronunciados ojos color verde oliva.

A pesar del inmenso amor que siente por ellos, Karla prevé que se separará de sus padres cuando cumpla 18. Para ese momento, disfrutará de la famosa libertad, que define a base de lo que escucha en los medios. “Sinceramente, yo he escuchado en la televisión que la libertad es que tú conduces solo y cosas así. Eso es lo que yo creo. Vivir solo”, explicó, para luego lanzar una mirada que buscaba la aprobación de lo dicho.

Aunque faltan once largos años para alcanzar la mayoría de edad, es evidente que ha reflexionado sobre el momento de la separación. Muestra de ello es el deseo más importante de su vida: “Que cuando yo no esté con mis padres, ellos estén muy bien. Que estén felices o a veces que me envíen postales”, expresó con emoción, quien planifica vivir en Estados Unidos para hacer muñecos y ángeles de nieve.

Aparte de sus padres, sus grandes amores son sus hermanos y abuelos maternos. Su abuela, Mamá Sarita, es su consentidora número uno, la que siempre está ahí cuando papá y mamá no pueden. “Ella me va a ver al mediodía (a la escuela), me trae esquimalitos pa´ yo no tener que hacer aquella fila y me trae agua, y trae paletas pa´ los niños que no traen chavitos”, contó Karla con una ternura que se hace evidente.

Este círculo de familiares le ha enseñado grandes lecciones que, de seguro, agradecerá de adulta. Con siete años, podría darles clases a muchos adultos sobre la igualdad, pues solo puede identificar una diferencia entre la gente blanca y la negra. “No son iguales porque unos son negros y otros son blancos”, explicó sin malicia, para luego reconocer que hay personas con virtudes y defectos en ambos grupos raciales. Asimismo, sus allegados le han recordado que no se debe mentir ni robar, y le han aconsejado sobre la importancia de la educación, por lo que su meta más importante es graduarse “de secundaria… o de tercera o de primera”.


Karla es una niña afortunada, y eso la lleva a ser agradecida. “Lo más bonito que yo tengo en mi vida es, ahora mismo, sinceramente, mi familia”, reconoce, quien tiene claro el amor incondicional que goza en su hogar. “Si me doy un golpe, y yo grito, ellos van rápido, y si me doy un golpe, mi papá sale corriendo, corriendo, a él no le importa ni qué me pase”, aseguró la niña entre risas, mientras dramatizaba la carrera de papá.

A pesar de su corta edad, ha vivido grandes emociones. Si nos referimos a la felicidad, aquello que la hace cantar cuando saca buenas notas, tenemos que remontarnos al pasado sábado, cuando jugó con sus amigas, comió pizza y mantecado. “Mmmm, yo quisiera que volviera a pasar”, expresó con profunda pasión. Pero del otro lado, está la tristeza. “El momento más malo de mi vida es que un día nosotros pedimos pizza y a nosotros nos gustaba el sitio… ¡Nos dieron la pizza equivocada! Nos dieron la de bacon y no volvimos a comer ahí”, dice exaltada, recordando la desolación que causó el error.

Por fortuna, ha podido superar el incidente y está en vías de olvidar su compromiso de matrimonio. Jugar y ver televisión han ayudado en el proceso. Esto, sumado a los momentos en que sus padres y abuelos la “añoñan”, hacen que todo parezca fácil.

¡Qué envidiable! Con siete años puede enseñarle a cualquier adulto las lecciones realmente significativas: la importancia del compromiso hecho, el valor de la familia y las pequeñas cosas, el error de los estereotipos y la valentía de superar los tropiezos de la vida, incluso si el traspiés involucra una pizza.