El cambio de vida tras un embarazo en plena adolescencia

A los 14 años de edad no se ha dejado de ser hijo “a tiempo completo”. En circunstancias normales, dependemos totalmente de nuestros padres o tutores, y estamos lejos de conocer los grises de la vida. Apenas ha comenzado la adolescencia y nuestras preocupaciones, por lo general, giran en torno a la ropa que usaremos, la persona que nos gusta o las tareas de la escuela. No fue así para Clarainés. A los 14 años, debía planificar, nada más y nada menos, cómo cuidar a la criatura que cargaba en su joven vientre.

Incluso en las mejores circunstancias, el embarazo del primogénito viene acompañado de dudas, preocupaciones y expectativas sobre el futuro. ¿Nacerá saludable? ¿Seré una buena madre? La preocupación de Clarainés era muy diferente. “¡Dios mío, qué yo hice, yo no estaba prepará´ pa´ esto! Yo tan joven”, pensó la adolescente al confirmar su embarazo. Y luego, la gran pregunta: ¿Cómo le digo a mi mamá que estoy embarazada? Para empezar, ¿cómo le digo que estoy activa sexualmente?

Sin embargo, la adolescente sabía que no era un tema que podía esperar. Dentro de poco, su barriga comenzaría a crecer, y su vida cambiaría dramáticamente. Así que, temblando de miedo, le contó a su mamá. “Ella quería matar a Omy (padre de la criatura). Lo denunció, y estuvo un año en probatoria. Él tenía 17 años, era menor. Por eso es que le dieron la probatoria y no lo metieron pa´ dentro”, relató la joven.

A pesar de que su embarazo transcurrió sin complicaciones, la carga emocional era pesada. Las visitas al tribunal eran constantes debido al procedimiento legal que enfrentaba su pareja en ese entonces. Por otro lado, la indiferencia de su madre, producto del coraje, no solo provocaba incomodidad, sino también honda tristeza. Por fortuna, la hostilidad cedió a los pocos meses, y fue suplantada por un profundo compromiso y amor por la vida que estaba formándose. Además, las citas con ginecólogos y doctores unieron a Clarainés con su madre, pues tenía que estar acompañada de ella por ser una menor de edad.

A pesar del apoyo incondicional de sus seres queridos, eran muchas las inquietudes que tenía antes de dar a luz. “Tenía miedo, tenía susto. No sabía qué tenía que hacer. No estaba preparada. Era una ignorante”, aceptó Clarainés, quien mientras estaba embarazada, ni siquiera podía imaginar cómo cambiaría su vida.

Nació la criatura y empezaron los retos. “No sabía bregar con la niña, porque yo era una niña bregando con otra niña. Mi hermana y mi mamá me ayudaban un montón”, agradeció Clarainés, quien en aquel entonces no se atrevía ni siquiera a bañar a la recién nacida. A pesar de que no podía adaptarse a su rol de madre, siempre estuvo consciente de que sus responsabilidades distaban mucho de las de sus amigas, y que las libertades que disfrutaba antes ya no eran una posibilidad. Sin embargo, aceptó el reto con madurez. “Vi la vida de otra manera. Ya mi vida no me pertenecía a mí”, reflexionó.

Gracias a la ayuda de su progenitora, Clarainés logró terminar su cuarto año e inició estudios para convertirse en técnica de farmacia. Sin embargo, tuvo que interrumpir su plan cuando se enteró que estaba embarazada por segunda vez. No fue un embarazo planificado, sino un descuido durante una reconciliación con su pareja. Para entonces, tenía 18 años. “Fue bien diferente porque, ya para la segunda, yo estaba preparada y sabía lo que era. Sabía el procedimiento. Yo estaba más relax”, relató Clarainés, para luego contar el enojo que provocó a su madre nuevamente. La crianza de su segunda hija fue completamente diferente. Esta vez, tuvo que encargarse de cada detalle, en lugar de ceder las tareas a su madre o hermana.

Entonces, a los 22 años, surgió el tercer embarazo. “Ella no fue planificada. Fue que yo saqué un mal cálculo de mi regla”, reconoció Clarainés. “Fue un poquito fuerte. Yo dije: “¡Otra más! Dios mío, ¿Ahora qué nos vamos a hacer nosotros con tres muchachos?”, exclamó, rememorando el momento en que descubrió su última gestación.

Al dar a luz a su tercera niña, Clarainés sintió la necesidad de superarse y asegurarles un futuro estable y saludable a sus retoños. Esto la motivó a retomar sus estudios superiores, esta vez en emergencias médicas. “Ahora mismo, la economía en el país no está muy bien que digamos. Hay que trabajar para sustentar a un hijo, y yo tengo tres”, reflexionó, quien desea darles un buen ejemplo y un buen porvenir a sus hijas.

Clarainés reconoce que la maternidad ha venido acompañada de grandes frustraciones. Querer pasear y no poder, tener a sus hijas enfermas o ver que su primogénita saque malas calificaciones son algunas de ellas. De hecho, reconoce que estudiar con su niña mayor no es fácil, sobre todo porque nunca sintió apego por sus propios estudios, pero debe inculcarle a su pequeña la importancia de la educación.

Del otro lado, están las alegrías, que son mayores en cantidad y calidad. “Ser madre es algo maravilloso, que no tiene explicación. Algo grande. Doy la vida entera por ellas”, dijo emocionada Clarainés, para luego explicar que ver crecer a sus hijas y notar sus bonitas cualidades es su mayor satisfacción.

Aún sigue aprendiendo cómo ser madre. Ese proceso no termina. Y aunque a veces imagina cómo sería su vida sin sus niñas, no puede concebir que exista una felicidad más genuina. Quizá llegaron a destiempo, pero no existe título universitario ni profesional que la haga sentir más realizada.

Nota: Semblanza escrita en el 2016