Tener que abandonar la isla en busca de estabilidad económica es una historia que se repite con dolorosa frecuencia. Y, a pesar de que la relación de Puerto Rico con Estados Unidos es cercana en muchos sentidos, esa mudanza implica GRANDES cambios en la vida de un boricua.

Ese es el caso de Adriana, quien comparte su historia con nosotros:

«Por mucho tiempo le tuve miedo a los cambios. Miedo a experimentar cosas nuevas, a salir de mi zona cómoda, a fracasar. Pero, luego del paso del huracán María por Puerto Rico, y tras perder mi trabajo, me vi obligada a tomar una decisión que me llevaría a enfrentar lo que, hasta ahora, es el cambio más grande de mi vida.

Siempre quise más que 100 x 35, pero este corazón de pueblo pequeño estaba acostumbrado a sentir el amor de mi familia y amigos siempre de cerquita. Me aterraba alejarme de mis seres queridos, de no estar allí para ver a mi sobrina crecer, para acompañar a mis abuelos durante su vejez, y no tener el abrazo de mi mamá y mi papá para levantarme el ánimo.

Hace más de cuatro años me mudé al estado de la Florida, y aunque aquí uno siempre se topa con una sonrisa boricua, el cambio no fue, por eso, menos duro. Recuerdo ese primer invierno, mi sangre caribeña odiaba los 50 grados Fahrenheit (jíbara al fin), y me repetía a mí misma: ‘vas a ser miserable aquí’.

Esos primeros meses fueron duros física y mentalmente. Trabajaba los siete días de la semana, tres en el restaurante de un parque temático y cuatro en una tienda de regalos. Mientras limpiaba las mesas del restaurante, vistiendo aquel uniforme que parecía de bufón, o mientras pasaba horas afuera de la tienda en el frío saludando a todo el que pasaba, pensaba mucho en lo que había ‘perdido’. Sin embargo, mis padres me enseñaron que el trabajo dignifica, y eso era razón suficiente para como dice el puertorriqueño, ‘meter mano’ en lo que fuera.

Fueron muchas lágrimas extrañando a los míos, cuestionándome cómo, después de haber sudao’ ese bachillerato Magna Cum Laude y haber ejercido por más de tres años como relacionista público, hoy no podía tener un empleo a tiempo completo.

Pero, no fue hasta que aprendí a confiar en el proceso y vivir en el presente que comencé a ver todo diferente. Dios, la vida y la gente linda que siempre me rodea me llevaron por caminos perfectos que me abrieron puertas hasta traerme a donde estoy hoy.

Hoy, como dueña de mi propia casa, con un trabajo tiempo completo en mi área de estudio, me siento bendecida y confirmo que este cambio, aunque fuerte, fue en mi vida para bien. Hoy, soy más independiente, más fuerte, más madura, más fajona, más atrevida. Pero, esta experiencia no solo me cambió a mí, cambió también a mi familia.

Ahora, la mayor parte de las veces, mis vacaciones tienen como destino a Puerto Rico y las de ellos, Florida. Nos hemos convertido en todos unos profesionales en FaceTime y gracias a ello juego “virtualmente” a las muñecas con mi sobrina, estoy presente en los cumpleaños, y en las fiestas no me quedo fuera de la foto familiar.

Hoy, vivo en el presente, disfruto del camino y agradezco las experiencias, buenas y malas, que tomar aquel vuelo del 6 de noviembre de 2017 me han traído.»