Vivir el trauma y el dolor de una violación sexual debe ser algo tan triste, que ni siquiera puedo imaginarlo. Pero saber que tu propia madre consintió el acto, pensando en beneficios económicos… Eso… simplemente me deja sin palabras.

Esa es la historia de Mildred Caraballo, quien no teme en revelar su identidad, pues aún anhela escribir un libro autobiográfico e impactar vidas a través de la de ella.

Todo comenzó cuando apenas tenía siete años y su madre comenzó a dejarla con un primo lejano, que ya era un sexagenario, para que la cuidara mientras ella hacía diligencias.

»Ese señor me hizo muchas cosas y me obligó a hacerle muchas cosas. Él no penetró nunca, pero hizo muchas porquerías y me obligaba. Yo cogí una infección de garganta porque él me obligaba a mí a tener sexo (oral) con él, y yo lo que tenía era más que siete años», comienza a narrar Mildred, sin atreverse a profundizar en detalles, aunque más adelante me permitió adentrarme en esos tristes recuerdos.

»Él esperaba a que mami se fuera, y me metía pa’ un cuarto. Él me acostaba en mi cama y me quitaba mi ropa interior, y pues pegaba a chuparme ahí. Tenía que yo después hacérselo a él. Me obligaba», cuenta Mildred con una incomodidad evidente al hablar del tema. Pero, prosigue…

«Entonces, él me cogía, también me acostaba en el piso, con las piernas pa’ arriba, trepás en la cama, y él hacía to’ esas porquerías, y de milagro de Dios nunca penetró, porque ese señor hizo cuanta porquería se le puede hacer una niña». La mujer recuerda sus sentimientos de asco y miedo ante estas repulsivas acciones.

Era una niña de siete años. ¡SIETE AÑOS! ¿Se imaginan la confusión que esto debía causarle? «Yo no entendía por qué me pasaba eso. Pero como le dicen a uno que uno se calle, que no diga na’, pues…».

Lo triste es pensar que así, como Mildred, hay miles de niños y niñas siendo abusados, sin atreverse a compartir lo que les ocurre, por miedo a las consecuencias, que aún no logran prever en su inocente imaginación.

Pero la historia de Mildred es mucho más compleja que esto, pues mientras vivía este infierno, también tenía que lidiar con los maltratos diarios de su madre. Y es que, aunque siempre se encargó de que nada material le faltara, no fue tan responsable en lo verdaderamente importante: el amor y el respeto.

Desde darle con una manga e intentar quemarle las manos en una hornilla, hasta romperle la mano con un bate, van sumándose todas las anécdotas que tiene Mildred sobre los arranques de coraje que le daban a su mamá. Y, sin embargo, aún habla con amor de esa que le dio la vida, pero también se la hizo vivir de manera miserable.

»Mami tenía una parte que yo amaba mucho, y tenía una parte que me daba miedo. Me daba miedo cuando mami estaba enojada, molesta, y básicamente yo pagaba todo. Cuando tomaba licor, era cariñosa, al punto que una vez yo le dije a mi mamá: ‘me gusta verte así’. Cuando me maltrataba, ella estaba bien (sobria). Cuando ella estaba ebria, ella era cariñosa conmigo, ella me abrazaba, ella me besaba, me decía ‘te amo, dame un beso’. Y yo era feliz en ese momento porque ella me besaba, y que mi mamá me besara era algo tan grande para mí», dice Mildred dejando ver las huellas tan pronfundas que una madre puede dejar en sus hijos.

Este desequilibrio que veía en las emociones de su madre, hacía más difícil que se atreviera a contarle la verdad. Hasta que un día decidió desahogarse con su hermana mayor, y las noticias llegaron a los oídos de su progenitora, quien se enfureció, golpeó al hombre y le radicó un caso en el tribunal que concluyó con una simple orden de protección. Pero, lo importante fue que Mildred pudo cerrar ese capítulo. Eso sí, sin imaginar que el futuro sería peor… mucho peor.

A sus nueve años, llegó un nuevo padrastro a la casa. Y, entonces, tuvo a su enemigo bajo su mismo techo, sin escapatoria. Aún recuerda esa primera vez que la tocó de una manera extraña cuando se cruzaron en el pasillo. En ese momento, sintió miedo, pero no se atrevió a decir nada, y la situación siguió escalando.

El hombre comenzó a meterse por las noches en su cuarto, mientras su mamá dormía. »Me tocaba to’a y me hacía muchas cosas. Él me decía: ‘cuando el gallo te cante, tú vas a ser mía’. Por eso, yo tenía miedo de ser señorita».

«Cuando llegó mi menstruación por primera vez, yo le supliqué a mi mamá: ‘por favor, mami, por favor’, que no se lo dijera a él. Pero mami, no sé, no tenía malicia. Debió pensar: ‘¿por qué Millie tiene tanto miedo de eso?’ Pero no. Rápido se lo dijo a él. Y él me pasaba por el lado, me miraba y se reía, y me decía entre dientes: ‘kikirikí, cantó el gallo'», relata la mujer, viajando en el tiempo y recordando cómo este hombre la perturbaba teniendo ella ya unos 12 años.

Y si te preguntas por qué no se atravía a decir nada, fue por proteger a su madre. Su padrastro la amenazaba con que la mataría si se atrevía a hablar, y eso aseguró su silencio. «Yo tenía miedo que él matara a mami, porque tú sabes que un niño se lo cree todo. A pesar de todo lo que mi mamá me maltrataba, yo tenía un amor profundo por mi mamá. Yo a mi mamá la amaba con toda mi vida. Y Dios libre que yo permitiera que alguien le hiciera algo a mi mamá. Pues, yo prefería quedarme callada y que a mi mamá no le pasara nada».

Y así pasaron muchos años de angustia, en los que trataba de refugiarse metiendo a su hermano menor en el cuarto para evitar que su padrastro entrara.

Naturalmente, todo lo que Mildred vivía a diario se reflejaba en su personalidad. Estalla en llanto, por primera vez, cuando le pregunto cómo todo esto afectó su niñez. «Siempre fui tímida, cobarde, no socializaba con los demás niños. Siempre estaba sola. Las poquitas amistades que tuve, fue porque ellas me buscaban a mí. Muchos me molestaban y se burlaban de mí, será como yo era así, siempre tan sola y tan tímida; como mami me maltrataba tanto, y yo llegaba a veces con golpes a la escuela…», rememora con tristeza, para luego contarme sobre la ocasión en que su mamá le cortó todo el pelo, y sus compañeros comenzaron a compararla con una gallina bola y a decirle que parecía «un macho». Esas son marcas que aún carga consigo.

Asi pasó Mildred su niñez y adolescencia: entre los maltratos de su madre, intervenciones de Servicios Sociales que resultaban infructuosas, intentos de escapar de su casa con sus hermanos, los abusos de los hombres que la rodeaban y las burlas de sus compañeros.

Y aún así, aunque parezca imposible, todavía le faltaba lo peor…

Esta historia continuará.