»Hay días que me siento mal. Hay días que no hay razón para sentirme mal, y me levanto y me siento deprimido, y pienso mucho en las cosas», reconoce Willie en un acto de valentía al validar sus emociones.

Y es que no siempre es fácil sincerarse sobre los miedos que hemos ocultado toda una vida. Nos hemos acostumbrado a jugar el papel de fuertes e inquebrantables, mientras hay emociones que intentamos guardar en lo más profundo del cajón de los sentimientos. Se necesita de mucha madurez y valentía para, poco a poco, ir limpiando esa caja; para reconocer y aceptar lo que hay en ella.

El origen: los padres

Willie está en ese proceso de depuración de emociones, y, en el camino, se ha dado cuenta que sus frustraciones comenzaron a desarrollarse en su adolescencia, aunque en ese momento no se daba cuenta. Para ese entonces, los problemas entre sus padres eran evidentes, y crearon un ambiente disfuncional para aquel joven entre los 15 y 16 años.

»Mi mamá me tuvo a los 15 años. Demasiado joven. Ella se dedicó a terminar la high school y a trabajar. Prácticamente, a mí quien me cría es mi abuela. Para mí, quien es mi mamá es mi abuela, y mi mamá lo sabe. Entonces, esos recuerdos bonitos o decir que mi mamá siempre estaba conmigo en todo [yo no lo tuve]. Yo no puedo hablar [mal] de mi mamá, porque no fue que ella me trató mal, es que ella no estaba ahí porque ella seguía enfocada en lo que ella quería hacer», reflexiona Willie siendo ahora un adulto.

Con su papá, reconoce que el mayor problema fue el alcohol. »Mi papá es tremendo ser humano, pero él nunca supo ser padre. Él te da un abrazo, él te dice ‘Dios te bendiga’, pero eso es todo», dice, para luego recordar cómo su progenitor dedicaba su tiempo a trabajar de lunes a viernes, para luego ir a las tiendas a tomar los fines de semana. Esto, inicialmente, no representó un inconveniente mayor, pero, con los años, fue creando una cadena de problemas.

»Yo no tengo esos recuerdos de niño de jugar con mi papá, de ir a la playa. El recuerdo más bonito que yo tengo compartiendo con mi papá es cuando íbamos el sábado a lavar el carro al carwash. Mi papá me dejaba lavando el carro, y él se iba a dar la cerveza, y me compraba un muslo de pollo, un vaso de cuajito, y eso era manjar para nosotros en aquellos años. Yo esperaba a que llegara ese sábado para ir con papi a lavar el carro. Esa era la salida más grande», recuerda con nostalgia y entre risas.

Willie considera que, para muchos, sus problemas pueden parecer insignificantes, y sus frustraciones, injustificables, pero la ausencia de unos padres amorosos y presentes causó en él una herida con la que está aprendiendo a lidiar. Según él, son cosas sencillas, parte de la vida, pero que te marcan aún sin darte cuenta.

Comenzar de cero y renunciar a un sueño

Las disputas en su casa siguieron escalando, y Willie se sentía agobiado y cargado, aunque entonces no sabía cómo expresar la complejidad de sus sentimientos. A pesar de considerarse inteligente y aplicado, le embargaba el miedo de no poder terminar sus estudios y de tomar decisiones que le costaran de por vida. Así que, con todo eso en mente, decidió comprar un pasaje, que pudo costear con su propio dinero, e irse a Estados Unidos en busca de un nuevo aire, aún sin el consentimiento de su padre, y con apenas 16 años. Allí, vivió con un tío materno.

Le tocó, entonces, empezar de cero a aprender un nuevo idioma, hacer nuevos amigos y entender otras culturas. No fue hasta el último día de clases, cuando practicaban el desfile de graduación, que conoció a quien hoy es su esposa. A partir de ese momento, se dio cuenta que aquel era su lugar y que allí se quedaría.

Tengan en cuenta que, durante esta etapa, Willie no solo se adaptó a un nuevo país teniendo 16 años, sino que lo hizo mientras se adaptaba a ser un joven independiente, lejos de sus padres, con la responsabilidad de sí mismo sobre sus hombros.

A los 20 años, se casó. Le tocó, en este momento, apoyar a su esposa para que estudiara una carrera universitaria, ya que entendió que sería más difícil para ella, como mujer, insertarse en el mundo laboral sin tener estudios subgraduados. Esto implicó renunciar a su sueño de obtener un grado universitario, lo cual continúa anhelando al día de hoy, casi 20 años después.

»Si yo mañana me gano la lotería, yo me voy a estudiar», dice, reconociendo la incomodidad que le causa haberse educado hasta el cuarto año, pero sintiéndose orgulloso de las decisiones que tomó siendo un jovencito, las cuales beneficiaron a su familia y ayudaron a que la situación económica de su hogar hoy día sea própera.

Para poder ayudar a su esposa mientras ella se dedicaba a los estudios, él tuvo tres trabajos al mismo tiempo: en una fábrica de pintura comercial, en una imprenta de periódicos, y los viernes y sábados, en el mantenimiento de un casino. Al día de hoy, con una carrera estable como camionero, mira hacia atrás y no logra entender cómo lo hizo, considerando que solo podía dormir tres horas al día.

Un diagnóstico inesperado

A los cuatro años de matrimonio, llegó el primer hijo. Recuerda en detalles cómo cambió su vida aquel día de invierno, cuando el niño, a sus dos años, sufrió una convulsión producto de una fiebre alta. Luego de laboratorios, revisiones médicas y la intervención de un geneticista, le dieron una noticia que marcó el peor día de su vida: »tu hijo tiene distrofia muscular».

Tardó seis meses en botar sus primeras lágrimas. Ver a su esposa tan destruida, siendo ella de carácter fuerte, no solo fue chocante para él, sino que le hizo entender que debía ser él el sostén de su familia. Mientras tanto, comenzaron a vivir la vida sin saber cuándo sería el último día.

»Nosotros empezamos a tratar de vivir la vida un poquito más rápida. Lo primero que hicimos fue, meses después, planear nuestro primer viaje a Disney para llevarlo a él. Empezamos a investigar sobre las sillas de ruedas y el vehículo nuevo que nos hacía falta para movernos», recordó Willie, aceptando que no fue fácil lidiar con los miedos que este diagnóstico les provocó como padres, y rememorando las horas de estudio que invirtieron en su hogar tratando de empaparse sobre la enfermedad y sus implicaciones.

»Se te vienen muchas cosas a la mente acerca de tu hijo, si va a fallecer, cuánto tiempo le queda de vida, qué hicimos mal, muchas preguntas, demasiadas. Pero, poco a poco, las cosas se fueron arreglando», agradece, al explicar que tomó mucho tiempo el recibir un diagnóstico certero sobre la severidad de la condición de su hijo. Afortunadamente, les confirmaron que el niño podría vivir una vida, con limitaciones, pero normal.

Cuando el primogénito ya tenía 4 años, nace la niña, quien vino a completar la familia. Es evidente la emoción de Willie cuando describe a sus hijos, sus personalidades, y la dicha que siente por tenerles y darles lo mejor de sí.

»Hoy en día, yo le doy gracias a Dios porque yo viví lo que viví, porque yo soy totalmente lo opuesto de lo que eran mis padres, especialmente mi papá. Yo trato de ser el mejor padre del mundo. Yo trato de darles el mejor ejemplo a mis hijos. Yo, en mi casa, me levanto todos los días con un chiste. Yo soy mejor persona hoy día gracias a que yo viví eso», explica el hombre, detallando que intenta ser amigo de sus hijos, pues no ve la figura de padre como una de imposición, sino que se encarga de hacer sentir a sus hijos respetados, apreciados y entendidos.

»Mi vida no es perfecta»

Las redes sociales de Willie reflejan plenitud. Tiene los perfiles perfectos para entrar y sonreír, ya que están repletos de chistes, fotos y videos familiares, evidencias de sus viajes y pasatiempos. ¿Acaso no es lo que hacemos todos? Es poco probable que decidamos subir fotos de nuestros episodios de llantos, discusiones familiares y ataques de ansiedad. Sin embargo, para Willie, es importante compartir que la vida va mucho más allá de lo que se publica en el mundo virtual.

»No quiero que la gente me tenga ese sello de que mi vida es perfecta. Aparte de todo eso que ustedes ven, que se ve muy bonito para las fotos de Instagram, pues hay una persona que hay días que se siente mal», afirma decidido, a pesar de que le tomara años poder expresar este tipo de sentimientos.

En estos últimos tres años, ha invertido tiempo en buscar ayuda profesional para aliviar sus cargas y lidiar con su ansiedad. Admite que se pone nervioso y llora sin aparente razón, pero no puede ocultar la vergüenza que esto aún le provoca, pues considera que no ha pasado por lo suficiente como para que su mente reaccione de esta forma.

Con mucho trabajo, ha ido rompiendo esas barreras al miedo de que la gente piense que se está volviendo loco o que no tiene razones para sentirse así. »La gente ni me va a creer, la gente va a decir: ‘¿De qué está hablando este tipo? Si este muchacho está bien, él no tiene nada»’, expresa Willie mostrando sus inseguridades, completamente aceptables.

Y es que, cuando toda la vida se ha intentado ser fuerte, proveedor e independiente, llega el momento en que no puedes con la carga. Willie ha tomado el paso correcto al reconocerlo, aceptarlo y hablarlo, desatando esos nudos de miedos e inseguridades impuestos por la sociedad, sobre todo a los hombres.

Se ha dado cuenta que ser escuchado, distraer su mente en pasatiempos que le apasionan, y vivir una vida de fe han sido las piezas claves en pos de »limpiar su caja» de emociones.

»Lo que a mí no me ha parado, a pesar de todo lo que yo he vivido, son dos cosas: La fe que me inculcó mi familia desde pequeño, y la ética de trabajo», afirma Willie, con la confianza de que sus esfuerzos de hoy tendrán frutos en el mañana.