La experiencia de ser madre después de los 40 y tener una niña con Síndrome de Down
La vida de una llegó para cambiar la existencia de la otra. Desde ese instante en que Yolyan comenzó a crecer en el vientre de su madre, comenzó a crearse un vínculo con el ingrediente clave del amor. Hoy, siete años después del alumbramiento, donde se ve a mamá, está hija, pues la fortuna de ambas depende de sentir el bienestar de la otra. El tiempo en que un cristal frío las separaba fue suficiente para que Yolanda esté segura que su felicidad depende de ver a su retoño feliz y, más importante, saludable.
Yolanda era una mujer de carácter fuerte que nunca tuvo como prioridad ser mamá. Se había jurado a sí misma no tener hijos si alcanzaba los 35 sin haber procreado. Pero cumplió las cuatro décadas y despertó un sentimiento nuevo. “Me hacía falta algo, y entendía que era ser mamá”, dijo sonriente la mujer, recordando que la época de fiestas ya había pasado, y contaba con la madurez para tener parte de su corazón fuera de sí.
La ilusión se convirtió en dolor cuando ocurrió el primer aborto, pero no se dio por vencida; intentó otra vez. Llegó el segundo embarazo, y el tercero, pero no sobrevivían más de dos meses. Estaba convencida de que no sería madre. El continuar abortando pondría en riesgo su salud, por lo que, junto a su esposo, decidieron que él se haría una vasectomía. Y en medio de las diligencias, quedó embarazada por cuarta vez. La llama de la esperanza estaba encendida, pero las experiencias previas le hacían temer una cuarta pérdida. Pasó un mes, pasaron dos, pasaron siete, y el regalo tan soñado nació.
Lo que Yolanda nunca pensó es que tendría una hija con síndrome de Down, pero al inicio de su embarazo le dieron la noticia. “Yo me derrumbé, lloré mucho, me dio mucha tristeza, porque todo el mundo quiere un hijo sano, y no sabía mucho de los nenes con síndrome Down”, expresó la mujer, recordando su preocupación.
La llegada de Yolyan se adelantó. Tuvieron que traerla al mundo con 32 semanas de gestación, pues sus pulmones se estaban llenando de líquidos. Cuando Yolanda despertó y, al fin, conoció a su consentida, vio un cuerpito de tres libras y seis onzas rodeado de máquinas y tubos. Transcurrieron tres semanas antes que le permitieran sentirla en sus brazos. “(Fue) una emoción brutal. Eso es lo más emocionante, tener ese pedacito de carne que uno tuvo dentro de su barriga por tanto tiempo. Sientes que es algo tuyo, que nació de ti. Eso es lo más maravilloso que se siente”, expresó, entre sonrisas, la mujer.
La felicidad de tener a su hija se mezclaba con la angustia del miedo a perderla. La recién nacida tenía problemas en las tiroides, agua en los pulmones y el abdomen, la bilirrubina bajita, la retina inmadura y problemas en el sistema digestivo. Pasaron dos meses antes de que la niña saliera del hospital, pero aún faltaba la peor parte: la operación del corazón. Yolyan tenía un canal auriculoventricular, que provocaba que el tabique, la pared que separa el lado derecho del corazón del lado izquierdo, tuviera un orificio. Tuvieron que intervenirla quirúrgicamente cuando alcanzó los ocho meses.
“Fue el peor (momento) porque ya tú la conoces, ya tú la tienes y, como en toda operación, hay sus riesgos, y es una operación bien difícil. Duró como seis horas o más”, narró Yolanda, quien vio a su hija entre la vida y la muerte debido a la retención de agua en los pulmones y la transmisión de una bacteria. “Pero, gracias a Dios, ella ha sido una guerrera, y dio la batalla, y ahí está. Pero fue bien difícil para mí”, aseguró la mujer.
Yolanda compartió a tiempo completo el primer año y medio con su hija, antes de retomar su vida laboral. Desde entonces, Yolyan ha estado en cuidos o escuelas especializadas que le han provisto terapias de habla, físicas y ocupacionales, así como todas las atenciones que necesita para seguir creciendo saludable.
Si algo es cierto es que la niña tiene una gracia particular con la que captura la atención de familiares, maestros y hasta desconocidos. Yolanda cuenta, entre carcajadas, que hace unos meses, mientras paseaban en un centro comercial, se toparon con una competencia en la que elegirían modelos adultas para ropa de diseñador. Yolyan, con la gracia que la distingue, se escapó de las manos de su madre, subió a la pasarela, modeló sin titubeos, tiró besos y conquistó a todos los presentes. Las reclutadoras no dudaron en invitar a la niña a que formara parte del fashion show.
De manera similar, Yolyan ha participado en obras de teatro y reinados escolares, siempre alumbrando con su gracia. Le gusta involucrarse en toda disciplina que incluya a un público espectador, por lo que ha tomado clases de ballet, modelaje y natación. “Para mí, es maravillosa, hermosa, es cariñosa, chula, tiene de todo. Según es así, así mismo de corajienta es. Yo no me arrepiento jamás y nunca de tenerla, y no me arrepiento de que sea síndrome Down. Para mí, ella es normal”, expresó Yolanda con evidente emoción.
La mujer, de 50 años, imagina a su hija como una mujer independiente, aunque no pueda vivir sola. Asimismo, sueña con crearle un negocio donde pueda trabajar. Por otro lado, reconoce que tiene una preocupación latente: morir y dejar a su retoño. “Eso sí es horrible para mí. Si yo no estoy en algún momento, ¿quién va a cuidar a mi hija?”, dijo quien sufre de fibromialgia y artritis crónica. Ambas condiciones representan un reto adicional, ya que cuidar a la niña requiere de esfuerzo físico constante.
Las angustias, enfermedades y retos solo han hecho más fuerte el amor, y le recuerdan a Yolanda que una sonrisa, un beso o un te amo tienen un valor incalculable, máxime cuando se ha visto tan cerca de perderlos. Yolyan le ha enseñado la mejor lección: lo grandioso está en esos pequeños detalles.
27 febrero, 2020 at 2:30 am
Que excelente, pura verdad la una para la otra.
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