Seis años de infertilidad, y ahora tiene en sus manos una prueba de embarazo positiva que la hace llorar de emoción y agradecer sin cesar. No hay felicidad que se le compare a la que vive en estos momentos. Pasan las semanas, y se acuesta en una camilla con la mayor de las ilusiones, solo para descubrir que ya no hay latidos, ya no hay embarazo, ya no hay bebé.

¿Cómo se supera ese dolor? Esta es la historia de Zuleyka, la cual comparte en ánimos de educar y romper los tabús que rondan el tema de la infertilidad y el aborto.

Todos llevamos una carga en nuestros hombros, cada una con formas y pesos diferentes. Zuleyka carga la de ella desde los ocho años, cuando tuvo su primer periodo. Pronto se dio cuenta de la irregularidad de sus ciclos. Pasaba meses sin la regla que, cuando llegaba, la hacía sangrar abundantemente por dos semanas.

Ya a los 12 años, le ordenaron su primer sonograma, a través del cual le diagnosticaron quistes en los ovarios. Fue así en que se convirtió en una adolescente tomando pastillas anticonceptivas, y en víctima de las hormonas, que rápido dejaron ver su efecto en el cuerpo, haciéndola aumentar considerablemente de peso.

A los tres meses, ya los quistes estaban rotos y dieron por terminado el tratamiento. Esta historia se puso en pausa hasta que estuvo activa sexualmente, y comenzó a visitar su ginecólogo de manera más seguida. Allí, otro sonograma evidenció que los quistes estaban de vuelta. No solo eso. Fue la primera vez que le pusieron nombre a su carga: la infertilidad.

«Si ya tú llevas un año activa sexualmente, sin protección, y no has tenido un embarazo, se te denomina infértil. No puedes tener hijos», le dijeron a Zuleyka, a eso de los 23 años. Este balde de agua fría, como lo denomina, la inundó de rabia y mil otros sentimientos. Se encerró en su propio mundo y nunca le contó a nadie lo sucedido. Era su secreto. «Lo que siento es como coraje con la vida», acepta, tratando de resumir su montaña rusa de emociones. Pero, ya tenía una conclusión provista por sus médicos, por lo que dio por sentado que jamás sería mamá.

En el 2016, ya con su pareja actual, vuelve a repensar sus posibilidades . «Él siempre ha sido una persona de mucha fe, y me dice: ‘no, yo sé que tú y yo vamos a lograr tener un hijo. Lo que hay que buscar es tratamiento», palabras que volvieron a encender una luz de ilusión y esperanza en Zuleyka.

Comienza a temblarle la voz cuando cuenta cómo se mudó a Estados Unidos teniendo en mente que su pareja tenía un interés genuino de formar una familia con ella, teniendo la ilusión de hacer ese sueño realidad. Así que, en el 2019, estaba frente a una ginecóloga que, tomando en consideración sus síntomas, sus récords médicos, así como nuevas pruebas, le dio un nuevo diagnóstico: síndrome de ovario poliquístico.

Todos esos síntomas que en Puerto Rico nunca consideraron, ahora tenían explicación: vello facial, obesidad, ansiedad, insomnio. «Eran un sinnúmero de síntomas que yo tenía, pero obviamente nunca los relacioné a eso, porque nunca ni me los mencionaron», resiente Zuleyka.

Imagen de: dietdoctor.com

Con toda esta nueva información sobre su cuerpo, visita un especialista en fertilidad que, luego de laboratorios y mediciones de hormonas, le confirma que había sido mal diagnosticada en Puerto Rico y que un embarazo era posible. El primer paso para lograrlo era estimular la ovulación, que no se daba de manera natural en su cuerpo.

Comenzó su tratamiento, y vio cómo su ciclo menstrual comenzó a regularse. Cuando llegó esa primera menstruación, en lugar de entristecer por no haber estado embarazada, Zuleyka estaba feliz de sentirse, al fin, normal. Ese periodo fue ver una luz al final del camino, hacer brillar más la luz de la esperanza.

Después de múltiples intentos, pausas debido a la pandemia, y ajustes al tratamiento, Zuleyka tuvo el tan esperado retraso. El doctor le dio instrucciones de esperar dos días más antes de hacerse la prueba, pero todos podemos imaginar que esa espera era imposible.

«Ya el desespero era tanto que yo arranqué para el Dollar Tree, me compré una prueba de embarazo, y esperé a la noche cuando estuviera todo el mundo durmiendo. Me fui al baño, y me hice la prueba. Fueron los dos minutos más largos de mi vida», dice Zuleyka entre risas, para añadir: «Eso fue la felicidad más grande que yo había experimentado en mi vida».

No podía hacer otra cosa que llorar y agradecerle a Dios, mientras vivía ese shock que tanto había imaginado. Esa noche, luego de contarle a su mejor amiga, dio vueltas en la cama hasta que el cansancio del mismo embarazo la ayudó a dormirse.

«Me levanté súper temprano al otro día, y arranqué para el Dollar Tree. Compré unas cajitas de regalo, compré otra prueba, compré unas botellitas pequeñas, y le preparé a mami y a mi pareja una cajita de regalo con una prueba de embarazo y una botellita al lado», contó Zuleyka, quien en aquel momento no podía esperar más para ver las caras de la futura abuela y el futuro padre. Contarle a sus familiares, compartirlo en Facebook, sentir el cansancio extremo y las náuseas… todo era felicidad para ella.

En la séptima semana de embarazo, Zuleyka notó un leve sangrado, y su mundo se paralizó por un instante. Se dirigió al hospital, donde le confirmaron que todo estaba bien con su embarazo, y que el sangrado ligero era normal durante el primer trimestre. De todas formas, le hicieron un sonograma, en el que pudo ver el corazón de su más grande amor en movimiento. «Eso fue una sensación que… el simple hecho de ver un corazón latir… eso fue como que ‘es realidad, está pasando'», dice Zuleyka reviviendo la emoción.

Pasó su «graduación» con el especialista en fertilidad, y fue asignada a un obstetra regular. Mientras tanto, no dejaba de imaginar su futuro. «Yo tenía todo planificado. Yo tenía planeada ya la temática del gender reveal. Mami ya tenía planeado que ella iba a comprar la cuna. Ya nosotros, aún sin saber lo que era, habíamos escogido un nombre de nena. Todo estaba planeado», cuenta Zuleyka, quien no veía la hora de que llegaran las 11 semanas de gestación. En esta ocasión, no solo vería un corazón latir, sino que lo escucharía, y confirmaría la presencia de esa vida que le daba sentido a la suya.

«Esa mañana me levanto con la ilusión de que, por fin, voy a escuchar los latidos del bebé. Llego a la cita, y cuando van a monitorear el bebé… se percatan de que no había latidos», dice Zuleyka, dejando escapar el llanto que, hasta ahora, había podido controlar.

Hacen un sonograma y buscan a un segundo, un tercer y cuarto especialista, mientras Zuleyka solo rogaba: «Dios mío, que aparezcan». Todos confirmaron lo mismo: Ya no había bebé. Solamente estaba el saco vacío. «Aceptar eso ha sido lo más difícil. Cuando, por fin, se hace realidad tu sueño, y de la noche a la mañana lo pierdes…», dice la joven mientras respira profundo para tranquilizarse. Sin duda alguna, el día más difícil de su vida.

Zuleyka no quería esperar a que su cuerpo se deshiciera naturalmente de los restos del embarazo. Hacerlo hubiese implicado vivir esa agonía dos veces. Por tanto, aceptó a que le hicieran un proceso llamado «dilatación y legrado» para remover todo el tejido fetal y volver a su estado de pre-embarazo.

«Yo me encerré en mi mundo, y no interactué con nadie por un tiempo. Necesitaba mi espacio. No quería gente preguntándome qué paso, ni nada por el estilo», aceptó Zuleyka, rememorando las semanas posteriores a esa traumática experiencia. «Fue una depresión horrible. Yo no estaba durmiendo, no estaba comiendo, nada. O sea, era como que yo no quería estar aquí», reconoce, quien agradece a su pareja por ser su apoyo y sustento durante esos tiempos de tanta tristeza y desilusión.

Cinco meses después, llegaron los resultados de la prueba genética que mandaron a hacer aquel día para conocer las causas del aborto. Todo aparentaba estar bien con el embarazo, y el bebé no tenía problemas genéticos de ningún tipo. Simplemente, no hay explicación. Lo que sí pudieron confirmarle es que cargaba una niña en su vientre. «Eso para mí fue otro balde de agua fría que me echaron por encima», acepta Zuleyka, quien siempre se sintió segura de que tendría una niña.

Tomó tres meses para procesar lo ocurrido antes de retomar el tratamiento. No fue una decisión fácil, pero no se quiere dar por vencida todavía.

«Hay días buenos y hay días malos. Hay días donde, no te miento, todavía me levanto y simplemente no puedo. Lo único que tengo en la cabeza es todas las preguntas que quedan sin contestar, los planes que se quedaron sin hacer. Pero, a la misma vez, estoy en una edad en que quiero tener un embarazo saludable. No sé cuánto tiempo tarde en que se dé otro embarazo. No puedo seguir esperando. Pongo (todo eso en) una balanza y digo: ‘tengo que levantarme, tengo que seguir intentándolo'», explica.

Durante todos estos años, no solo ha tenido que lidiar con las trabas que le pone su propio cuerpo, sino también con los comentarios de la gente. ¿Cuándo vas a tener hijos? «Esa es la pregunta de nunca acabar. Especialmente, cuando eres la única que queda en la familia sin hijos. Todos estos años, he montado una sonrisa y he dicho: ‘cuando Dios quiera. Por ahora, no'», cuenta Zuleyka, deseando que fueran más consiente al momento de lanzar esos cuestionamientos.

Nunca ha podido contestar con la verdad. Considera que el tema de la infertilidad es un tema tabú, que a la gente le incomoda hablar. «Yo no quiero ser la persona a la que señalan y dicen: ‘qué pena, bendito’. Yo quiero ser tratada normal».

Sin embargo, reconoce que la única manera de crear conciencia es hablando sobre el tema y explicando cómo los demás pueden ayudar. «No hay palabras perfectas para una mujer que esté pasando por esto. Simplemente, ofrece un hombro donde llorar, un abrazo, un oído para escuchar. Pero no digas palabras que, quizás para ti sean de aliento, y vienen de corazón, pero no es lo que la persona quiere escuchar en ese momento», aconseja, con ánimos de evitarle a otras mujeres las situaciones incómodas que ella ha tenido que vivir.

A pesar de lo difícil que ha sido el camino, ella no pierde la esperanza. Prefiere el dolor del proceso que no intentarlo lo suficiente. Tal como dice la frase que repite constantemente: «El dolor es temporal. El arrepentimiento es para siempre».