No creo estar sola en esta posición. Son muchos los jóvenes de mi islita que se educan a nivel universitario y que terminan ejerciendo en campos completamente distantes. Ya sea por la falta de empleos, lo mal pagado de algunas profesiones, por la escasez de oportunidades para personas sin experiencia o porque, simplemente, se dan cuenta de que no es lo que genuinamente les interesa hacer por el resto de sus vidas.

En mi caso, estudié por seis años una materia que me apasiona, pero que, básicamente, nunca he ejercido. No lo niego, hay momentos en los que me siento estancada, y me pregunto si valieron la pena todos los años de sacrificios que invertí en educarme como comunicadora. Pero, elegí una profesión con poca salida y mala paga en Puerto Rico, y las vueltas de la vida me llevaron por un camino muy distinto, el sendero de lo «administrativo».

Y no me malinterpreten. Obviamente, no tengo nada en contra de las secretarias y, agradezco tener un trabajo estable. Incluso, en términos económicos, es poco probable que, en esta etapa de mi carrera, un trabajo como relacionista o periodista me estuviera pagando lo que cobro hoy día. Sin embargo, tengo esa «espinita» de que me faltan cosas por aprender, por ejecutar, y por demostrarme, en el campo en el que me considero talentosa y educada.

Con la ilusión de lograr grandes cosas dentro del campo de la comunicación, hice un bachillerato en Relaciones Públicas, Publicidad y Periodismo, y luego invertí dos años adicionales en una maestría en Redacción. Modestia aparte, me gradué «con los más altos honores» en ambas etapas y hasta tuve que defender una tesis que fue aprobada «con distinción».

Durante mis años de estudio, me esmeré por inscribirme en internados, participar en colaboraciones de la Escuela con medios de comunicación, y hasta practicaba haciéndole trabajos de relaciones públicas a personas cercanas.

Al decidir hacer mi bachillerato en Río Piedras, siendo yo de San Sebastián, tenía que madrugar todos los lunes a las 4:00 de la mañana para coger la guagua pública y llegar a tiempo a mis clases. Ya que tenía exención de matrícula, la beca me sobraba, y era mi único ingreso para cubrir todos mis gastos y pagar la renta, por lo que los sándwiches de jamón y queso con un Caprison eran siempre el menú del día. 😀

Pero, ninguno de los sacrificios ni reconocimientos obtenidos me aseguraron un trabajo en una sala de redacción o una gran empresa de estrategias de comunicación. En cambio, todavía, y así será por buen tiempo, sigo pagando los préstamos estudiantiles que me permitieron costear mis estudios graduados.

Y aunque cuestiono si valió la pena, la verdad, no me arrepiento de haber seguido el camino que genuinamente llenaba mi corazón. A diario, pongo en práctica lo aprendido comunicándome con mis seres queridos, con compañeros de trabajo, y me emociona emplear técnicas de persuasión que, de vez en cuando, rinden frutos. 😉

Ese deseo de seguir aprendiendo y de emplear lo aprendido es la razón por la que estás leyendo estas palabras y estás dentro de esta página web, Vidas Comunes. La fortuna de estudiar lo que te hace feliz es que puedes hacerlo, incluso cuando no recibas nada a cambio. Por eso, creé este espacio. Para tener una oportunidad de gozarme la redacción y practicar lo que todavía estoy pagando mensualmente (vamos, hay que verlo desde el lado positivo).

Es para mí terapia el sentarme a hilvanar ideas, elegir la palabra que mejor exprese mi mensaje, lograr un escrito entretenido y construir una historia de cualquier suceso común. O sea, cuando vean mis publicaciones, recuerden que soy una comunicadora/redactora frustrada. 😀

Tampoco crean que me es 100% cómodo escribir sobre lo que la sociedad consideraría mi «fracaso» profesional, pero me cansa un poco el discurso de que todos debemos ser los más exitosos, tener los trabajos mejor pagados y los puestos más extravagantes para ser felices. Sí, me desilusiona no trabajar en lo que estudié, pero sigo siendo feliz, sigo siendo agradecida y sigo siendo productiva en este otro campo.

También, lo escribo porque he aprendido que compartir lo que te hace vulnerable puede hacer más fuerte a otros, con tan solo saber que no están solos. Así que cuéntame tú… ¿qué estudiaste y en qué terminaste trabajando? Y si estás trabajando en lo que estudiaste, ¿te hace feliz? ¿Es lo que imaginabas?

Los leo.